PSICOANALISIS Y DROGADICCION

PSICOADIC

II Jornadas de Psioanalisis y Drogadiccion

Facultad de Medicina de Buenos Aires

1985

Coordina Lic. Alberto Calabrese

  • Dr. Ricardo Grimson
  • Dr. Héctor de Maio
  • Dr. Francisco Mele
  • Lic. Aracelli Gallo de Maci
  • Dra. Alicia Gillone
  • Lic. Alberto Calabrese
  • Coordinador

    • Lic. Alberto Calabrese: Director de FAT y Asesor de la Comisión Nacional sobre Narcotráfico y Uso Indhebido de Drogas.

    Dr. Ricardo Grimson:

    En primer lugar agradezco la convocatoria a estar presente en este retorno de FAT a la Facultad de Medicina. Nos fuimos tantas veces, que todavía tenemos que volver a unos cuantos lugares de los cuales nos fueron. Creo que en este páis el no haberse ido nunca de una institución es una especie de deshonra. Raúl Camino decía que “uno puede contar como batallas perdidas las instituciones fracasadas o las instituciones que son limitadas o clausuradas”. Creo que estamos en la época de los retornos y bienvenido que así sea.

    El tema de la drogadicción preocupa a muy distintos niveles, preocupa a los vecinos, a padres, preocupa en los colegios, preocupa al señor Presidente de la República y a sus ministros. Hoy, según el diario La Nación, preocupa al señor Thomás del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que dice que Argentina está cumpliendo con los planes de su país. Y de repente al leer esto nos preocupa que Argentina pueda estar cumpliendo a beneplácito de los Estados Unidos algún plan de control de narcotráfico, porque sabemos que la historia latinoamericana del narcotráfico es la historia de la conveniencia de los Estados Unidos respecto a las políticas de control, por lo que esta noticia convendría revisarla para ver qué es lo que implica. Cuando uno se porta bien no siempre es meritorio, a veces puede ser una equivocación.

    El hecho de que esto haya preocupado a distintos niveles ha llevado a distintos tipos de reacciones: ha llevado a la reacción del verdulero, ha llevado a la reacción de la señora que en una mesa redonda dice que como puede ser que en cierto local bailable cuando prenden las luces la gente hace la limpieza tropieza con las jeringas. Dejo para los que tienen una ligazón estrecha para con el psicoanálisis el que quiere decir esta preocupación de la señora que dice que alguien tropieza con las jeringas, pero, podemos convenir que resulta un poco exagerado. Sin embargo, en un reciente curso organizado por la Comisión Nacional se decía que en determinados reductos de diversión nocturna se tropieza con las jeringas descartables que los chicos han dejado.

    Todo lo anterior solo apunta al mito que rodea la situación, que la hace un poco brumosa, difícil de ser encarnada con cautela, con prudencia y con eficiencia. Esto tiene que ver con que hay una facinación actual con la droga que lleva, como toda facinación, a una marginación que hace que quienes más marginan se sientan un poco mejor. Ocurrió con los leprosos, ocurrió con los locos, que ocuparon los lugares que antes habían ocupado aquellos, y corremos el peligro que ocurra ahora con el adicto.

    Creo que esto implica por un lado una marginación social y por otro lado una hipocrecía social: una sociedad que produce adictos a través del consumismo, del exitismo, de un vano triunfalismo, y a través del exceso de cualquier cosa; recorta después al drogadicto como si fuera ajeno a toda esa situación, olvidándose de que para llegar a la dependencia hay que haber pasado por el abuso, y para llegar a este tiene que haber pasado por el uso. Y entonces esta sociedad, con una dosis de hipocrecía, hace de este adicto un personaje que la santifica, al quedar descalificado el adicto todos quedamos siendo un poco mejores.

    Entonces, esto de que las señoras se preocupan en ciertas mesas redondas por las jeringas descartables, debe ser tomado con cierta cautela porque de no ser así, no advertiríamos el problema de la promoción del uso y del abuso como valores sociales tolerados, aceptados y promovidos por la sociedad contemporánea.

    Por otro lado confundimos la acción de los organismos de control de tráfico, que por supuesto deben existir, con los organismos que deben producir algún tipo de participación social protagónica que evite que la juventud como población en riesgo acceda a este tipo de conductas sociales. Justamente este comentario de las señoras sobre las jeringas, se dio cuando en una mesa redonda donde se estaba reclamando de la Policía Federal que entrara a estos lugares y se ocupara de los consumidores, y la Policía Federal dijo, y es la primera vez que los escucho decir esto en dos años de trabajo con ellos, y me parece un paso adelante fundamental: “Señora, nosotros no estamos para ocuparnos de los traficantes”. El alivio que sentía cuando escuché que la policía decía esto fue bastante sustancial ya que si podemos lograr qu ela policía se ocupe de los traficantes nos va a quedar todo el tema de la adicción, desde el punto de vista de su producción social, para que sobre esto podamos operar desde otro punto de vista.

    Cuál es ese otro punto de vista? Ese punto de cista tiene que ver con una idea básica de que hay una relación inversa entre droga y participación social, con la idea de que la droga se instala ahí donde la participación social ha sido bloqueada, dificultada, o impedida. Que la droga aparece como una ilusión de contacto, vínculo o relación. Como una ilusión de calor, amigo o compañía, como una ilusión de persona, ser, o sexo, como una ilusión de sí misma. Ilusión que por serlo se va a desvanecer y va a inagurar el camino a su propia destrucción, porque como toda ilusión es transitoria.

    En ese camino tenemos a la negación de la participación social por un lado y la droga por el otro. Cómo encaramos esto desde la acción social? Yo creo que lo encaramos con algunos aforismos o consignas tales como: “El mejor programa contra la droga es un programa que no se ocupe de la droga”. Es decir que si la droga aparece donde todo lo demás ha sido negado, el lugar de la lucha contra la droga no es en la focalización en la droga, sino en la promoción de todo aquello que ha sido negado o dificultado o reprimido, me refiero en este caso a mecanismos sociales. Esto induce a la participación social, lleva al protagonismo. Creo que estamos en un país donde alternamos entre depositar confianzas tímidas y tivias en regímenes democráticos, y después dar crédito en la cuenta bancaria de los sistemas fachistas y militares. Esta alternancia, de la que en realidad todos somos responsables, no nos beneficia en el sentido que la misma alternancia dificulta que el momento de tibia adhesión a la democracia se transforme en una adhesión un poco más cálida y que además implique un protagonismo de sujeto. En no habiendo protagonismo de sujeto la democracia no tiene otro destino que su propia anemia, su propia desaparición, y tendremos una nueva aparición de otro régimen militar que hará lo que tenga que hacer con este problema, como con muchos otros. En la espera de que esto no ocurra, estamos unidos en la idea que determinados tipos de acción social pueden determinar conductas protagónicas que son esperables desde la juventud.

    Analizemos por un instante el tema de las amenazas de los jóvenes en los colegios: no solo tienen un contenido vinculado con un proceso electoral que se viene desarrollando, sino que además elige como foco de esa amenaza al único sector social que propone un grado de participación más elevado que el resto de la sociedad, que son los jóvenes. Y creo que también se está cuestionando el ser joven, que para algunos debe seguir siendo delito en ete país. Y también se está cuestionando esa propuesta juvenil de que tengamos mayores niveles de participación social. En una reciente asamblea de Vicente López, trecientos padres indignados por las amenazas de las bombas trataban de poner coto a este fenómeno; había señoras que querían ir y ponerse con un escudo en la puerta, amenazar con bastones a los intrusos. A nadie se le ocurrió, por lo menos esto surgió en la asamblea y es mi análisis de ella, que la respuesta es política, y que los organismos que deben velar por la seguridad son los organismos vecinales, comunitarios y políticos. Y que no es poniendo señoras asustadas en la puerta de los colegios, aunque sea con bastones y distintivos, que vamos a evitar este fenómeno; es seguramente en la medida que haya otro protagonismo en la sociedad.

    Existen varios niveles, existe un nivel de la Comisión Nacional que refleja por un lado que el Presidente de la República ha considerado que este tema e slo suficientemente importante como para requerir una Comisión Nacional presidida por el ministro de Salud y Acción Social; y presidida ejecutivamente por un vicepresidente, que es además asesor presidencial. Por otro lado nosotros convocamos a todos los organismos oficiales y privados que tienen relación con el tema, y formamos entre otras, una subcomisión de prevención dentro del ministerio que ha desarrollado algunas actividades prácticas y conceptuales. De éstas la más importante es la idea de creación de centros de prevención vinculados con el tema de la droga, pero dedicados y destinados a la promoción de la participación juvenil. También al relevamiento de datos epidemológicos y datos en general de consultas sobre lo que ocurre en una región, al enraizado de las organizaciones vecinales con los organismos educativos y con los de acción social y con los organismos sanitarios. Es decir que estos centros de prevención serían los vehículos por los que cada municipio trataría de dar una respuesta a su propio problema en la dimensión de ese municipio.

    Hemos abierto hace tres meses en Vicente López un centro piloto y encontramos que las mismas tramitaciones que a nivel de los organismos nacionales resultan irrealizables, a nivel de una intendencia son fácilmente accesibles. Organizar una campaña en una zona vecinal de un municipio es mucho más realizable que tomar desiciones a nivel de un Ministerio Nacional.

    Creemos que estos centros de prevención pueden actuar como instancia de realización de acciones específicas a nivel comunitario. Algo de esa psiquiatría comunitaria de la que mucho se habló en el país y poco se realizó salvo en los Centros 1 y 2 de Salud Mental, que hoy son memoria y lastimoso recuerdo, pues cuando uno visita esos centros y encuentra que donde había 200 personas hay 30 y donde había una extensión barrial ahora hay un repliegue; que donde antes las consultas venían a golpear las puertas ahora hay gente esperano a ver si alguien consulta. Hemos creado en todo este vacío del “Proceso” un decrecimiento, una desesperanza, una fatuidad d elas acciones oficiales. Creo que es hora de que el Estado convoque, pero que a la vez se sienta convocado a una tarea. Creo que no es tarea burocrática del Estado convocar, es tarea escencial del mismo convocar y tienen por objetivo a corto plazo la promoción de acciones juveniles de todas las maneras posibles. Una de las maneras posibles es a través de las jornadas que ustedes habrán visto y que están creciendo como hongos después de la lluvia, en todos los municipios y con cuya diseminación tenemos algunas preguntas que realizar, y creo que ellas pueden ayudar en este proceso social. Tales jornadas deben evitar el modelo vertical y autoritario de impartir conocimientos desde los pocos a los muchos. Deben realmente ser centros de participación, y deben proponer otro tipo de participación que la que produce una reunión de este tipo donde el intercambio es preponderantemente intelectual, si es que estamos trabajando con población juvenil.

    A partir de estas ideas, a partir de crear grupos chicos de trabajo, diversas actividades, etc.; hemos hecho un esquema en el cual vamos a incluir en nuestras jornadas una secuencia que parte del deporte, no el deporte como competencia, sino lo que se está organizando desde la Secretaría de Deporte a Nivel Nacional en Deporte con Todos; en donde el deporte es vínculo, es realización, es tarea común, es encuentro, es descubrimiento y es propuesta. Vamos a hacer actividades de expresión, desde actividad artística, murales, mmos y teatro. Después vamos a hacer música entre todos trayendo grupos de los colegios, por la tarde vamos a hacer actividades de debate, también en grupos chicos, de adicción a sustancias incluyendo alcohol, tabaco y drogas. Y además incluiremos algunos temas solicitados por los centros de estudiantes como sexualidad en la democracia, inserción al mercado laboral del egresado secundario y la tercera que tiene que ver con participación juvenil en proyectos comunitarios.

    Creo que el diseño de estas jornadas en términos de grupo que es una sesión prolongada con multigrupos que se van asociando coherentemente, tendría que permitirnos algún tipo de realización concreta en sí mismo, pero también como punto fundamental de la jornada un anclaje con lo que se espera que esta jornada desate como continuidad. No se trata solmente en fijarse en la jornada como objetivo, como punto de llegada, sino básicamente la jornada como posible punto de partida de acciones de mayor participación sostenida dentro de la comunidad.


    Dra. Alicia Gillone:

    En estos días en los que se nos refresca la convocatoria a las tareas de prevención en salud, yo me ponía a observar en quienes integrábamos la mesa, repasaba las disciplinas de todos nosotros, trataba de ubicar los lugares en donde trabajábamos y me decía que ojalá se empieze a entender verdaderamente que el tema de drogas difícilmente podrá ser solucionado como un tema de salud, si como tal se entiende un sector, que es el sector sanitario.

    Felizmente varios de nosotros tenemos una inserción en el campo sanitario y del sector salud, y otros los tenemos en otros lugares que no son las áreas de la atención médica, sino otras instituciones del estado o privadas que seguramente tienen que ver, hacen a la salud de una sociedad, pero en estas jornadas se me ocurrió, tal vez porque soy médica sanitarista y siempre ando por las cosas que se caen de la medicina que yo iba a hacer algunas reflexiones más acotadas respecto a las instituciones de salud.

    Antes quiero hacer una gran división que sería las que comprenden las llamadas instituciones de salud como sector sanitario en la Argentina, y las instituciones que pueden ser generadoras de salud o generadoras de enfermedad. El que estas otras instituciones, que no son las d ela red sanitaria, sean generadoras de salud o de enfermedad tiene que ver con sus propias normas, con las propias leyes que las fundaron y las constituyeron y habrá que revisar esas normas y esas leyes para saber si estas instituciones que estan provocando en un momento dado malestar pueden ser revistas y pueden ser modificadas. Con esto a lo que me refiero es que a veces es realmente una ilusión suponer que con un programa puntual, con un proyecto circunscripto se cambia toda una dinámica y toda una larga historia que hace a la escencia de una institución desde que se fundó y que por lo tanto la revisión es más profunda. De esas instituciones, fuera del sector sanitario, que son muchas y varidas y que en relación a drogas podemos hablar de: escuelas, poder judicial, instituciones comunitarias, la familia, de esas y de su dinámica y de su situación yo no voy a hablar, voy a hablar de las otras que son las instituciones de salud.

    Las instituciones de salud en nuestro país tienen hoy un complicado juego difícil de armonizar que son los tres subsectores de la atención médica: el sector privado, el sector público y el sector de obras sociales. Aquello que debiera ser simplemente fuente financiadora de la salud, debido a nuestra propia historia y a lo que ha venido pasando con la atención de la salud estos subsectores se encuentran y se desencuentran y a veces lo que debería ser nada más que un aspecto financiero ha recortado, ha determinado el tipo de atención que algunos de nosotros quisimos o pudimos brinddar a ellos. Por lo tanto, en tanto profesionales de la salud muchas veces nos encontramos diciendo que no es lo mismo lo que hacemos en un hospital a lo que eventualmente haremos o hacemos desde un consultorio privado a lo que pudimos hacer desde nuestro consultorio pero en relación a las Obras Sociales. Como que ya es sabido que habría distintos tipos de medicina.

    La pregunta que viene inmediatamente es: y qué pasará con los pacientes? Yo quería, tal vez por que será donde más experiencia tuve, recordar al hospital y a dos de sus protagonistas más centrales: los que llegan a sanarse y los que curan, los que tenemos el poder del saber. Esto sin duda no es privativo del hospital público, también está en los hospitales privados, pero en nuestro país la historia tiene que ver más con el hospital. Estan después los Centros de Salud o consultorios periféricos, están las clínicas o centros privados, donde fundamentalmente equipos de salud mental trabajan y piensan y reflexionan sobre estos protagonismos.

    En relación al hospital se supone que nosotros vamos a aplicar conocimientos, vamos a aprender, decimos que vamos a curar enfermedades, a sanar personas. Ese hospital que hoy todavía tiene un poder médico hegemónico, que hoy tiene el poder en el que sabe, y el que sabe tiene el saber de enfermedades, tiene la ratificación de que es él el que cura. Qué ocurre – todavía – cuando la gente llega al hospital? Deposita en el profesional ese saber y esa acción. Generalmente los hospitales que empezaron a reveer esas posiciones, lo hicieron a través de los equipos de Salud Mental; hubo famosos servicios hospitalarios donde fueron promotores, pioneros, en esta apertura dentro del hospital y en este análisis de qué papel jugábamos cada uno de nosotros dentro de eso. Pero, además de estos motivos muchos de nosotros vamos a la institución hospitalaria porque en ella, creo, nos confrontamos, nos ratificamos como doctores. Claro, el problema es que cuando nos ratificamos con esa identidad de doctores sólo lo podemos hacer desde una cultura, desde un sistema educativo, desde otras instituciones, desde un orden que nos hizo profesionales así, desde una Universidad que nos hizo profesionales de una manera.

    En cambio, ese cambio del que todos hablamos, que es histórico en el país, que cada tanto avanzamos y después retrocedemos, por causas que no es el momento de analizar, ese cambio que se nos reclama y que nosotros mismos queremos en las instituciones, en relación con el paciente en la institución. Aquel modelo médico que generó poder y omnipotencia, que genera injusticia, y lo que es peor, a veces genera enfermedad, todos o muchos de nosotros no lo queremos y queremos el cambio. Pero resulta que este cambio no es un mero cambio de acciones, o de programas, o de modalidades o de meros o de simples enunciados. No es cambio de voluntad por un rato, es un cambio en el momento en que nosotros, en tanto profesionales podamos dejar el lugar que tenemos porque tenemos otro lugar, porque encontramos otro lugar en el equipo. Esto me remite a lo que también se vive hablando que es la relación en el equipo salud, se habla mucho, pero yo creo que se habla negando las cuestiones fundamentales, se habla desde un voluntarismo, se piensa que es un problema de forma, de cómo habla el médico con una enfermera; pero el problema está en el lugarhistórico que l médico ocupa en el equipo de salud y que tendrá que revisar profundamente esta institución para darle otro lugar al médico.

    Entonces solamente habrá cambios si las normas o leyes que la institución está dando cambian profunda y estructuralmente. Será cambio porque habrá otros, los pacientes y el resto del equipo de un hospital que nos dará otro lugar distinto, será cambio porque otros tomarán parte de ese poder médico; cuando digo médico me refiero a todos los profesionales asistenciales de salud. Lo cierto es que en tanto profesionales que somos y que en cada acto con los otros lo ratificamos, tratamos de curar enfermedades, a veces lo hacemos, pero cuántas veces nos hemos quedado sin saber si hemos curado enfermos?

    La institución de salud que cambia estructuralmente la vieja posición hospitalaria dada por un orden médico tradicional y dominante, donde hay enfermedades que erradicar y no personas que curar, la institución de salud que cambia sabe que el farmacodependiente hace a la droga y no la droga al farmacodependiente, por lo tanto sabe que tiene que hacerse desde un orden diferente, con leyes diferentes para ser la institución que realmente lo pueda atender.

    Ese objeto droga, y ese acto de drogarse, llevan al terapeuta y al paciente a recorrer un largo y arduo camino; trabajoso camino que a veces lleva a la cura. Si esta cura se produce está claro que no será desde la unicidad del poder médico, tampoco será porque se lo desprende o se le saca la droga, sino porque, él, el farmacodependiente, pudo dejarla. Dejar ese repetitivo acto de drogarse, ese acto de muerte. Porque este es un problema de personas de seres que piensan y hablan y no de meros organismos vivos como a mi juicio, limitadamente, lo plantea la Organización Mundial de la Salud en su definición biologicista sobre la farmacodepencia.

    La institución estará entonces para reflejar en sus movimientos la historia del sujeto. El podrá darle sentido al síntoma, y verá a la institución como aquella que hace posible que proyecte su salida desde el mismo momento que entra. Este último párrafo pertenece a un trabajo sobre Ley e Institución de dos profesionales franceses (Delice y Freda) que empezaron con un centro de ayuda y atención, ahora es un centro sanitario y estancia de medio y que a mi juicio trabajan con un modelo muy parecido al de FAT, y con los cuales coincido mucho en el enfoque respecto a la farmacodependencia y me parece que es importante seguirlo, como hay que seguir el modelo de FAT, porque son excepciones en el conjunto del enfoque que América Latina hace a este tema.

    Quiero referirme brevemente al Centro de Salud porque es otro punto que se reflota en estos tiempos, que se reivindica nuevamente como un lugar importantísimo de atención. A veces separándolo exageradamente, como que los Centros de Salud son los lugares escenciales de la prevención, y el hospital sería el lugar de la cura o el lugar del tratamiento o de la reparación de la salud. Hoy día creo que lo que le está pasando a los Centros de Salud Capital y Gran Buenos Aires es lo siguiente: por definición en un centro de salud el poder no está sólo en el saber médico, hay más poder en la gente que concurre a curarse o a preservar su salud, porque esa gente se ha apropiado aunque sea un poco del derecho a la salud. Generalmente la historia de nuestros centros están inscriptas en una historia de reivindicaciones en nuestros barrios, tiene que ver con las salitas barriales, por lo tanto la gente siente totalmente diferente al centro de salud, ese centro que una red sanitaria y un discurso oficial reivindica como muy importante la gente lo siente como si fuera casi de ellos.

    Sin embargo como ocurre muchas veces una cosa es lo que dice el gobierno, el sector oficial y los técnicos y otra cosa es lo que piensa el usuario. Los centros de salud, decimos, es el primer escalón donde se desarrollan simples tareas médicas de todo tipo, incluyendo por supuesto la salud mental, y fundamentalmente tareas de prevención y que está inserto en una red regionalizada de atención, lo cual supone que a un problema mayor pasa al hospital. Pero en muchos lugares donde existen estos centros la gente no tiene la misma idea, cree que la salita o el centro es el primer escalón de una conquista que lo va a llevar el día de mañana a hacer de ese lugar un hospital muy complejo o muy grande, porque a lo mejor la vida y la práctica les dijo que tal derivación no se ha producido eficientemente, entonces luchan o pelean porque en ese lugar el centro se transforme en la escala máxima de complejidad. La cuestión es como hacer ver que esas complejidades a veces son engañosas y que la cuestión de la salud y de la cura no siempre pasa por estar en hospitales complejos, a veces, todo lo contrario.

    Creo que en esos lugares donde se está más cerca del usuario de un llamado lugar de atención o de salud, la interacción de nosotros, los profesionales, y de ellos como usuarios va a permitir que ese poder médico sea más repartido, por lo tanto se empiece a modificar la histórica situación de nosotros los profesionales que lo sabemos todo. Y por otro lado podremos ir convenciendo a las personas de que muchísimas de las de las tareas de salud se pueden ir efectuando en niveles poco complejos, y así es posible, ambulatorio como son esos centros. Esta misma situación creo que es la conveniente en materia de la atención del paciente farmacodependiente.

    En la historia de América Latina, siempre desordenada, hay diversos ejemplos y muy variados respecto a donde se atiende a un drogadicto. La nuestra, que como inquietud de gobierno está con más fuerza que antes, está en pañales; mucho se hizo, distintas instituciones hicieron cosas, FAT da cuenta de esa realidad, pero parecería absurdo imaginarse que habría que montar una red paralela de atención del drogadicto farmacodependiente, creo que lo que temos que tener muy claro es que si esto es un problema que trasciende muchísimo como fenómeno, como hecho social, el campo estrictamente sanitario, hay toda una sociedad u otras instituciones, que como dije al comienzo, o generan salud o generan enfermedad. De manera que pueden ser instituciones o una sociedad que genera drogadictos o que nos los genera.

    Para el caso concreto de la atención de pacientes drogadictos creo que se debe propiciar la combinación de Centros comunitarios, centros de salud y centros ambulatorios, simples, de baja complejidad pero sin duda con la presencia de equipos especializados, porque de lo contrario es muy difícil abordar esta problemática. Se puede hacer toda una cantidad de acciones que prevengan la salud mental y que prevengan enfermedades, pero en el caso concreto del enfermo mi criterio sería que sean centros de salud ambulatorio que tan solo tengan la complejidad de un recurso humano especializado.


    Dr. Francisco Mele:

    Un tema que me interesa como reflexión es el tema de la violencia a la que todos los días estamos expuestos, especialmente cuando uno va a determinados lugares como una cancha de fútbol o un recital. Donde esa violencia descontrolada hace que los lugares de encuentro sean lugares de alta peligrosidad. Es interesante que en un recital determinado grupo pedía que por favor viniera la policía a poner orden porque varios chicos eran atacados por otros con bastante violencia.

    Este tema de la violencia es un tema antíguo, si hacemos un repaso antropológico las tribus dirimían problemas, habían encontrado dentro del sistema, especialmente religioso, un modo de canalizar esa violencia; los ritos eran los lugares fijos y determinados donde la violencia era canalizada a nivel social. Esto permitía, en distintos momentos históricos con víctimas humanas y luego con animales, que esa comunidad se identificara y que calmara, bajo ese estado especial que se creaba en los rituales, esa violencia. Cuando la crisis de estos sacrificios no se producía, la violencia volvía sobre el sistema comunitario o el sistema grupal.

    En las sociedades modernas el sistema jurídico, de alguna manera, en la medida en que el derecho pasó a ser un derecho laico, canaliza racionalmente el tema de la violencia con todos sus procedimientos.

    La pregunta que nos podemos hacer es: Hay una crisis de nuestro sistema jurídico que no puede ponerle freno a la violencia?

    Por otro lado podemos ver la búsqueda que hay en los jóvenes, por ejemplo siguiendo determinado tipo de tratamiento basado en este tipo de enfoque religiosos. Vemos a diario que las distintas alternativas en el tratamiento tienen relativo grado de éxito con gente que busca este tipo de sistema con un enfoque religioso. Es una manera también de encontrar en esa comunidad un modo de sentirse protegido y un cierto control de esa violencia. Cuando la violencia es dirijida al exterior tenemos los ataques que se producen a determinados símbolos de la sociedad: se ataca a escuelas y a determinadas instituciones que están casi sacralizadas por la sociedad, y si no esa violencia es dirijida a sí mismo, entonces vemos la carga de muerte que lleva este sistema de la violencia.

    Frente a ello las instituciones responden de distintas maneras; creemos que la adicción es una de las formas de la violencia y cada institución le va a poner al tema un determinado tipo de categoría: para determinado discurso jurídico el adicto es lisa y llanamente un psicópata lindando con la delincuencia. Para las instituciones de salud se lo considera un enfermo, y allí hay entrecruzamientos, zona donde se conjugan las dos temáticas: psicópata y delincuentes, ya que determinada corriente esta muy emparentada con lo jurídico y lo consideran de esa manera. Pero básicamente la categoría que se utiliza es la de enfermo en función de la dicotomía sano-enfermo. Un discurso sociológico lo considera un arginado social, y la pregunta es como lo considera un discurso psicoanalítico, tema que se discutirá seguramente más profundamente en otras mesas. Pero podemos decir, en función de lo que decía la Dra. Gillone, que muchas veces tratamos la enfermedad y nos olvidamos del enfermo, porque el objeto de la medicina sería la enfermedad o sí el objeto de trabajo es una persona, un ser que sufre y goza en ese sufrimiento, entonces como escuchar a ese que goza y sufre en ese sufrimiento, a ese que trasgrede leyes. Es quizás los lugares que podría ocupar una escucha analítica. Ser una escucha analítica no sognifica que se obtenga respuestas inmediatas a todo esto.

    Entonces frente a este sujeto que viene y demanda, que demanda de un modo a veces agresivo, que no acepta caer en ninguna categoría; que no acepta ser considerado enfermos. Es decir que el adicto cuestiona los supuestos saberes que estos discursos a través de instituciones tratan de presentarse. Por eso, frente a este cuestionamiento, hay instituciones que se justifican, es decir, cuanto más fuerte es la institución física más va a poder controlar este desborde de pasiones que no se sabe como manejarlas. La otra fortaleza es a través de lo que se llama el arsenal completo de terapias, terapias móviles, movilizantes, musicoterapia, música, etc., hay toda una serie de recursos que las instituciones utilizan como para manejar la cosa y no se si todo esto es también una manera de calmar ese supuesta fiera que viene o que lo llevan.

    Y de que manera otro lugar en donde no se lo considera con tanta desconfianza, que el no tenga tanta desconfianza hacia este saber. Porque el problema es que ellos tienen mucha desconfianza hacia todos nosotros, desconfían del discurso científico. Entonces creo que el dilema de la adicción trasciende esta dicotomía. Es necesario, posiblemente comenzar a producir nuevos tipos de elavoraciones teóricas que incluyan también elavoraciones psicoanalíticas. Creo que todavía estamos en un momento de transición en cuanto al conocimiento de este problema, quizás la conclusión sea que no es posible hacer una elaboración teórica del tema, o quizá esto sea una expresión de la sociedad en un momento dado, un momento dado de la angustia del hombre moderno que se manifiesta de esta manera.

    Una cosa que estamos haciendo nosotros es prevención y esto es algo que pueden hacer los jóvenes, hay que capacitarlos para que puedan ayudar a los demás jóvenes. Este es el trabajo que estamos haciendo a través de la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia.

    Dr. Héctor De Maio:

    Me voy a referir a una cuestión que hace a las instituciones en dos vertientes: la vertiente que hace en la institución a lo instituido, y algo que todavía está desatendido y que es lo que habría que instituir desde dentro de las instituciones.

    Toda institución es una red de discursos, y cada uno de ellos se hace bastante problemático dar cuenta uno con otro. Creo que todas las sociedades, desde el fondo de la historia, han producido marginación y marginados. El Dr. Grimson decía que en un momento fueron los leprosos, en otro las enfermedades venéreas, en otros la locura y en otros, tal vez en esta época, algunos adictos, digo algunos porque ciertas adicciones están bastante bien disimuladas en lo social.

    Hay un frase que Fouco utiliza en un momento de “Historia de la locura” que dice “… para la época moderna la locura no podrá más causar miedo, ella tendrá miedo, sin recurso y sin retorno y enteramente librada así a la pedagogía del buen sentido, de la verdad y de la moral…”.

    Mi opinión es que últimamente la drogadicción despertó un poder o por lo menos exacerbó la sensibilidad social en relación a la adicción. No porque no haya existido desde siempre, sino que ahora parece particularmente preocupante en relación a la organización que asegura el tráfico de droga, con todas las implicancias que eso tiene para el Estado. Por otro lado algunos sucesos que hicieron tomar conciencia que hay ciertos sectores de la población que pueden acceder a la adicción y que antes parecían no acceder: los niños y los adolescentes. Otro factor es que parece ser que se han extendido, se han agregado nuevas drogas a las que se conocían tradicionalmente como los antitusígenos y los pagamentos.

    Hice este pequeño recorrido para preguntar si no es por causa de esta especial inquietud social respecto de la drogadicción la que llevó al surgimiento de organizaciones que estuvieran centradas en una ayuda social al adicto. No se si Uds. recuerdan pero CE.NA.RE.SO. significa Centro Nacional de Rehabilitación Social. Rehabilitación es una palabra que no deja de levantar ciertos ecos respecto de una ayuda posible y considerar al drogadicto como un discapacitado social. Pero este fenómeno de la rehabilitación no creo que se privativo de los centros que se dedican a los drogadictos, sino también de otras adicciones, adicciones más socialmente aceptadas o menos conflictivas o perturbadoras: el tabaquismo y el alcoholismo.

    Cada una de estas organizaciones que se dedican al tratamiento del alcoholismo y del tabaquismo tienen peculiaridades o rasgos singulares a cada una de ellas, por ejemplo en el alcoholismo se enfatiza el carácter de enfermedad del alcoholismo. Creo que todos nosotros nos hemos encontrado en las estaciones terminales con un letreo que nos anuncia que el alcoholismo es una enfermedad, y con otra característica de esta organización que es que le promete el anonimato al enfermo. Anonimato, que pregunto, si no vuelve a designar esa marca de vergüenza y de prestigio al mismo tiempo que a lo largo de todo el siglo pasado tenía la parálisis general progresiva, por ejemplo, como uno de los aspectos terminales de la sífilis.

    En el caso del tabaquismo sucede de otra manera ya que el énfasis se centra en apelar a la actitud del dejar de fumar, pero no se detiene simplemente en dejar de fumar sino que se invita a dejar de fumar en la protección o en haras de la protección de la salud de quienes rodean al fumador.

    Sobre qué fondo estan organizadas estas ayudas? Fundamentalmente en un saber que organiza generalmente la medicina. En el caso del fumador se lo invita a dejar eñ hábito de fumar por los potenciales trastornos vasculares o tumorales del pilmón que se nos prometen al final del fumar. Hace poco apareció otra adicción: la de los jugadores, y jugadores anónimos también, éste sería un enfermo económico. Ahora, esta ayuda que se propone creo que se hace bajo el telón de fondo de la sensibilidad social, que redobla sus caracteres de fascinación ante que lo que la misma sociedad produce como marginado, y encuentra su certificación en cuanto a la ayuda en tanto hay alguien que quiera concurrir a ser ayudado.

    Ahora me pregunto sobre qué figura descansa esta ayuda y qué se organiza sobre el fondo de esta sensibilidad social exacerbada. Y me parece que no es muy diferente de lo que en el fondo de la historia aparece como el fantasma del miedo, miedo que no deja de producir en distintas sociedades diversos fantasmas y distintas operaciones. No hay seguramente la operación que se produjo en el siglo XVII, no es el miedo exterior con el cual se medía la distancia que había entre la razón y la sin razón de la locura. Se trata de un miedo que ya no es exterior sino de un miedo que se hace interiorizar a la persona del adicto, y se lo hace doblemente responsable: responsable para dejar la adicción, y también será el responsable de los potenciales procesos degenerativos tumorales en el caso del tabaquismo o de la cirrosis hepática en el alcoholismo.

    Así veo deslizarse la figura del miedo desde el cuerpo social para instalarse en el del adicto para que interiorizado pueda ofrecerse esta ayuda social. Me pregunto si no es esta promesa de rehabilitación del cuerpo, un cuerpo que está entendido como un cuerpo biológico, cuerpo biológico al cual se le promete la salud; pero hay un desafío al que nos enfrenta el drogadicto que es que el drogadicto ofrece otro cuerpo, otro cuerpo que justamente es un cuerpo que desprecia casi al cuerpo biológico o al cuerpo que la medicina anatómicamente puede reconocer, y le ofrece otro cuerpo, que es un cuerpo de goce.

    Para terminar me pregunto si la institución del discurso psicoanalítico, dentro de estas organizaciones no tendrá algo para decir respecto de este cuerpo gozante que pone en cuestión y que pone en el centro de toda la problemática en relación todo lo que ya Freud planteaba en relación a la teoría de las pulsiones: auneros y auntánatos enfrentados que si hay posibilidades de instituir la posibilidad del escucha de este cuerpo gozante posiblemente podamos dar cabida a una cierta experiencia de satisfacción de este sufriente.


    Lic. Aracelli Gallo de Maci:

    Es indudable que las viscisitudes que atraviesa el destino actual de los pueblos sumerge a cada uno de sus cuetáneos en parte misma de sus conflictos. En las últimas dos décadas los circuitos d ela exigencia social del rendimiento y los medios del poder como lugar del ideal cobran vida y esto me ha llevado a plantearme qué cuestiona el psicoanálisis ante la institucionalización de la droga como efecto, y cuales son las categorías que ponen en crisis viejos ritorneos.

    La proyección de los ideales sociales que promueve el mercado de consumo en el mismo momento que sucede con sus promesas introduce los mecanismos espúreos de la precocidad de sus éxitos. Nuestras sociedades se van conviertiendo día a día en singulares devoradores de la habituación o del modo de la adicción, cualesquiera sea la singularidad del objeto droga.

    No es entonces mi propósito clasificar la droga en sus clasificaciones, ni tampoco en elsentido descriptivo de las motivaciones, sino más bien he querido detenerme en la topología de sus funciones relativas al aparato psíquico individual y social.

    Latinoamérica entra en la verticalidad del dominio de consumo, las formaciones coactivas de los grupos organizados para su introducción y comercialización acometen en las capas medias y bajas de la población juvenil y preadolescente. Es una manera mpas de exención económica y de dominación política de los pueblos. El adicto no produce bienes, el mercado d ela droga avanza y se paga por su soborno, el adicto no protesta, sólo protesta drogándose. El mercado de las adicciones como institución se transforma en una ocupación, en un trabajo, en una dedicación de carácter social, en una dedicación de carácter ritual.

    Su agresividad está destinada a descentrar al sujeto de su integración activa de la producción. Pero es avidente que la penetración dominadora d ela complicidad no sería terreno fértil de no mediar las condiciones de la labilidad, de indefención, de fracturas, de expectativas fallidas y de las singulares controversias entre la realidad social efectiva y la realidad desde donde el sujeto es demandado.

    El objeto droga se soporta en la función puente, es decir en tanto creador de transformaciones, en tanto personaje cosa que introduce otra escena. Es decir, soporta el cumplimiento de una transgresión, esa es su faz activa, va ejecutando la protesta imaginaria, el adicto se dice yo soy otro, yo digo que no al orden social, yo digo que no al cumplimiento del ideal impuesto.

    Hablo del objeto droga en el sentido del objeto cualquiera que indique si una relación de valor posicional del sujeto, con todos los alcances de los operadores de transferencias que acarrea o incide en el resto grupal por las condiciones paranóicas de su coacción. Se trata de formas espectaculares de seducción o bien de dominación, o bien por la fantasía del despedazamiento o de desintegración de los mecanismos propios de las relaciones transubjetivas de los grupos.

    El juego de la combinatoria de los investimientos y representaciones inconcientes atraviesa las organizaciones psíquicas de los grupos de pertinencia: familia, pareja, amigos, compañeros, en verdaderos estallidos de dividendos sociales donde unos configuran un centro y otros se marginan. En los efectos del desmembramiento en relación a la sensación y rechazo en cualquiea de sus ambibalencias.

    Desde la clínica psicoanalítica encontramos en el adicto una convicción desiderativa inconciente como desdoblamiento escénico, como cuerpo y palabra, pues propone una realidad transformable desde la transformación fantasmática de su yo cuerpo que se inscribe en otro texto de la productividad exacerbada de la fantasía de goce. El efecto de droga desconstruye y construye la posición del yo. Ustedes notan que hablo del yo en su perímetro corporal, comprometido en una concatenación consciente de la producción de la fantasía en lo real. Más aún si consideramos que la fantasía no tiene que ver con algo inconsciente sino por el contrario con algo bien consciente. Pues, hay algo que hace frente, produciendo un choque, produciendo una brecha, estableciendo una diferencia radical entre lo que es absolutamente esperado y lo que no da lugar a sospecha alguna, es decir, es la fantasía aquello que hace soportable lo insoportable.

    En el adicto esta paradoja ejercita un modo de control exaltando la posibilidad de la voluntad del dominio se pone en el lugar del ser el dueño de… Un abezado adicto a drogas duras programa sus viajes, el adicto en su desdoblamiento lo que sumerge de sí lo sostiene como una fantasía en lo real, y en lo real como acto algo gravita entre lo imaginario y lo simbólico. Ahí el objeto, el objeto droga, soporta el investimiento de donar goce y comienza su trayectoria metonímica. El objeto entra entonces en la escena para ser, para formar parte, de la satisfacción. El objeto droga es el instrumento de satisfacciones producidas, de satisfacciones efectivas, no en el sentido de una satisfacción como en el sueño o en la conversión histérica o en el fetiche, sino efectiva desde el cuerpo que escenifica en acto.

    En toda adicción el compromiso es corporal, el cuerpo como fuerza subreactiva, en tanto puesta en escena del desdoblamiento deja la pulsión puesta en acto y reclama incautandose del perímetro del yo. El yo domina entonces la escena corporal en un modo de la castración en acto de presencialidad. Marca otro circuito de conexiones, ejecuta la presencialidad de una partición, de un corte. En este sentido recortamos el valor posicional de la carencia en tanto la exigencia de satisfacción trazará una recta de equilibrio en el cumplimiento que lo aleje del fondo u horizonte de la angustia.

    Relativamente al horizonte de angustia quiero destacar tres instancias del investimiento de la droga: la primera instancia es la función de la droga que se transforma en una cosidad no pragmática sino dramática, pues pone en acto la otra escena, abre el espacio al sentido posicional de la palabra adicta y determina la función límite en el cuerpo adicto. Como acto dramático el cuerpo adicto es puesto en exoscopia, es un cuerpo desapropiado y ganado en la otredad de la adicción.

    La segunda instancia en la incorporación, en el ser autoreferida de consumación hay algo que vuelve desde fuera a modo de la identificación. Y es en su centramiento donde se abren las secuencias escénicas de ritos y ceremoniales que destacan el carácter emblemático de la droga.

    La tercera instancia marca esta incorporación que se trata ahora como significante emblemático y que tiene como destino estructurar una matríz de escenificación que tenga en cuenta no dar curso a la angustia. Esa matríz es la que llamamos fantasía, en ella se produce un equilibrio con la imago propuesta como yo ideal. Pero esa imago constituye un objeto que es el yo como otro, como otro de desdoblamiento.

    Freud tomabael dormir como un singular apartamiento respecto al mundo exterior, es decir no solo se produce como acto sino que además produce escenas y su precondición ha sido la suspención de la acción. La disminución de la censura se vincula de alguna manera con la suspensión de la acción. Esta suspención es muy distinta a la suspensión de la pérdida d ela realidad en la estructuración psicótica. La adicción es buscada como un efecto de suspención para la permutación de goce en otra realidad, como entrada y salida de la escena es solo el viaje de ida pero con retorno a otra realidad. Pero en el adicto la pérdida de realidad lo horroriza. Aunque juegue con su borde juega a su descentramiento y comienza a construir el grupo de cuidados que no le permita pasar el límite a la psicotización o llegar a los extremos de los virajes de las neurosis fóbicas. En este caso el adicto trabaja en el forsejeo del personaje del yo para inhibirlo y que no lo traiciones. Pero no es que la inhibición del yo tenga garantizado el éxito, lo que habitualmente se prueba es para no llegar al cumplimiento alucinatorio y ahí está su eficacia, pero no garantiza la jugada de la compulsión a repetición.

    Hemos dicho que en toda adicción el compromiso es corporal y las cadenas de proximidades no son de significado en el sentido de las consonancias fonéticas, sino que cumplen un destino de escena como transformaciones anatomofisiológicas de stress y de goce. Pero sin ambargo produce un síntoma de acto, produce un síntoma en lo real, deja solo como resto un cumplimiento de deseo como satisfacción sustituta. Pero esas satisfacciones fantasmáticas no se explican por la urgencia natural toxicológica, la adicción proporciona dimensiones de lo imaginario como constituyente de las relaciones de goce en cuanto a operaciones topológicas, en cuanto estas son transformaciones de la imagen en fenómenos de aproximación de distancias, de continuo, de amalgamas, de distorsiones, de desencubrimientos. Esas operaciones topológicas parecieran la condición de otra desimetría, de una escena temporal como inminencia del presente, pero siempre actual.

    El yo constituye como una infinitización de tiempos posibles que lo permite en todo caso hundirse en el drama de lo inconsciente, en las escenas con plena luminosidad sobre sus fondos de sombra. Se trata de un Yo que se coloca en un compromiso metafórico, desplazado como producto lógico entre la exigencia y la falta. El momento en que la exigencia y la falta tiene algo en común es el momento mítico del paraíso, es el momento mítico de la satisfacción,momento en que no faltaría nada ni tampoco la exigencia exigiría, en su dialéctica entre esa exigencia y esa carencia circula el deseo que evoca constantemente la condición mítica de satisfacción entre dos horizontes complementarios: la exigencia y la carencia, que por incumplida repite hasta el infinito la repetición del deseo cuyo fondo es la angustia.

    Es necesario tener en cuenta que no porque ahora le falta algo sabido se pone en crisis, sino porque esa evocación compulsiva del deso es irrevocable, absolutamente imposible, e imposible quiere decir angustia. Y la angustia no es un sentimiento, es lo insoportable, porque cualquier cosa, lo extraño, lo familiar, esperado o no se transforma en un insoportable, se transforma en horroroso, y el hecho de la droga permite su fuga. Lo horroroso es encontrarse atrapado ahí, en una consistencia que esta hecha de insistencia y de absoluta insatisfacción, lo que va a prponer un goce absoluto.

    Este desarrollo me ha permitido contarles, casi, porque hemos dedicado profundo interés por esta cuestión que compromete tanto la jugada dramática entre la vida, la angustia y la muerte como circunstancia actual, que todos padecemos.

    Se hace evidente que la práctica psicoanalítica nos ofrece de Freud hasta Lacan categorías fundamentales para poder poner en marcha el trabajo de fondo que nos exigirá este campo. Por otra parte creo que hay dos cuestiones escenciales: la adicción se institucionaliza en el poder de sus mercados con una incidencia muy progresiva a la cual hay que atender. Pero este mismo nos obliga a pensar en la forma absolutamente especial, coherente, en perfiles, en puestas en marcha de un pensamiento científico, no para reprimmir la droga, porque ella misma en su goce es represión, sino pensar y cuestionarnos como debemos diseñar las instituciones destinadas a la comprensión, a la cabida de este flagelo, para una restitución de la subjetivvación del sujeto de deseo para que se le puedan ofrecer mejores garantías para la dignidad de la vida.


    A continuación transcribimos las partes escenciales del debate realizado al final de las exposiciones entre el público (P) y los expositores.

    P:

    Quisiera una reflexión del panel y si se puede ampliar el tema de la prevención realizada desde los jóvenes.

    Lic. Alberto Calabrese:

    Quisiera aportar algo que tiene que ver con lo institucional: muchas veces se piensa que un exadicto puede ser una mejor forma para prevenir sobre el tema, quien “más conoce” es quien ha padecido y por lo tanto puede adecuadamente ser un reflejo del rechazo que puede provocar una adicción, se dice. Creo que la prevención desde los jóvenes puede operar si éstos tienen algo que proponer, incluyendo por supuesto a los exadictos, y no por el solo hecho de ser jóvenes y/o exadictos.

    La prevención por la prevención misma no es tal, es simplemente un relato que puede ser creído o no en la medida de la autoridad de quien lo dice, pero en todo caso no va a tener una autoridad desde quien lo escucha. Creo que la prevención desde los jóvenes tendrá que ver, en última instancia, con jóvenes que tengan un conocimiento adecuado, que hace a varias opiniones y que desde ahí se pueda sistematizar un modelo determinado de cómo dar una respuesta preventiva. Y creo que allí el hecho de ser joven es anecdótico, si hay contenido la juventud puede ser una cosa relativizada, y si no los hay cualquier discurso puede ser aburrido o incomprendido.

    Lic. Francisco Mele:

    Mi idea es que el hecho de ser joven solo implica un acercamiento mejor al otro joven; poque creo que los jóvenes hoy están manifestando algo, están comenzando un discurso que a nosotros no es difícil poder entender, por la brecha generacional, qué códigos están manejando, lo que nos quieren decir y si es lo que nosotros entendemos. Y esto se manifiesta también en que los jóvenes no quieren escuchar, esto lo veo muy a menudo en mis clases.

    Creo que el trabajo con los jóvenes, trabajando con ellos, tratando de estar juntos, es una vía de acceso a ese jóven que se presenta con una actitud, a veces desafiante, pero es un desafío de cáscara y si nos asustamos siguen avanzando. Y detrás de ese desafío hay siempre esa búsqueda desesperada de ayuda y que por no encontrarla se produce el desencuentro y no podemos ofrecer ese tipo de atención.

    Lic. Alberto Calabrese:

    Quisiera recordar aquí que en su momento la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia ha comenzado con la prevención a través de Jornadas de Participación Juvenil. Yo asistí en calidad de observador de la Oficina Panamericana de la Salud a la que se realizó en Parque Chacabuco, y lo que me pareció extraordinario fue, no lo que se dijo, sino cómo se dijo y desde qué lugar.

    Allí se rompió el hecho del mensaje de joven para joven, sino mensaje entendible para gente que pudiera entenderlo, y mensajes participados, o sea de ida y vuelta, cosa que venimos preconizando desde hace mucho tiempo. Un mensaje que no esté solo manejado desde el lugar del poder del saber, sino de una cuestión compartida y algo al que se pueda arribar desde distintas ópticas a una cierta cantidad de conclusiones o proposiciones de trabajos ulteriores. Y aquí no pasa la cuestión por el hecho de ser jóven o no, sino por un mensaje de ida y vuelta, reciclado, entendido, etc.

    Lic. Aracelli Gallo de Maci:

    La respuesta dada por el Lic. Calabrese me resulta enormemente importante porque es aquella vía en donde la posibilidad de la palabra en los términos transubjetivos solamente van a ser posible el poder soportar lo que la situación contemporánea, en su vertiginosa carrera de amenazas armamentistas, de inminencias de crisis, de inminencias de pérdida, solamente pueden restituirse sobre aquellos espacios abiertos de comunicación y de participación, sin importar las edades.

    Por otra parte entiendo que lo que el psicoanálisis, como método, como óptica, nos pone a prueba el hecho concreto que como acto marca el modo singular que en la palabra, en la posibilidad de la simbolización, no simbolizar solamente en los términos de un decir, del hecho de la predicación, sino en aquello que es posible de poder preguntarse unos a otros que hacemos, como lo hacemos y desde donde lo hacemos. De esa manera, únicamente, vamos a conseguir superar la condición de una sociedad de consumo que nos lleva invariablemente en rivalidades de lucha a muerte: donde está uno no puede estar el otro y comienza la ley del codazo. Y justamente la única posibilidad de revertir la situación es humanizar la situación en los códigos de la posibilidad de encontrarnos, encontrarnos como sentimientos, como palabra, como escucha.

    P:

    Qué ocurre desde la posición de aislamiento del cuerpo adicto, de la palabra adicta, desd ela mirada adicta, qué es o cómo se le hace presente el cuerpo del otro, o en todo caso el cuerpo institucional como otro absoluto? Qué insttución desearía el adicto?

    Lic. Héctor Di Maio:

    Me refería al cuerpo, sobre todo porque cuerpo de goce, el cuerpo del adicto, aparece de un modo muy particular. Mientras cualquier organización propone una salud para este cuerpo, esa salud sólo puede sostenerse a partir de la concepción que la medicina tiene acerca del cuerpo y de un cuerpo sano. Creo que el adicto, no porque no conozca las bondades que pueda tener este cuerpo sano, sino que las conoce pero las desafía, desafía este conocimiento; casi se podría decir que entra en el terreno del desprecio de este cuerpo, que es el desprecio a la posibilidad de la salud. Es decir que él no sabe, conoce acerca de cuáles son los peligros que entaña una drogadicción, sólo que no puede. La voluntad no puede ser aquello que sostenga el posible abordaje de la drogadicción, porque hay una satisfacción en el consumo de la droga, una satisfacción que trasciende a este cuerpo y que se satisface posiblemente en relación al deterioro de este cuerpo biológico que se le ofrece desde la institución misma.

    Lic. Aracelli Gallo de Maci:

    En el aspecto del cuerpo mi planteo no plantea el yo cuerpo, el perímetro corporal adicto como un cuerpo de goce, en absoluto. Lo planteo en términos que toda adicción produce sobre ese cuerpo un corte, un corte tanático, un corte que está absolutamente mucho más ligado a una anticipación a la angustia, como cuerpo sustraído. Toda droga lleva a una manera singular de supresión en la acción del cuerpo. No es el cuerpo el del goce, es la fantasía con que el cuerpo se inviste como goce, es un desdoblamiento donde el perímetro del Yo que constituido en una configuración inercial o de deterioro posible de muerte, o posible de stress, en el borde mismo tenático, pero lo que empuja es un desdoblamiento tal que permita por el campo de la fantasía, por el campo de la imaginación a ultranza llevar a los extremos más absolutos de tocar el borde de un absoluto más allá de la muerte misma, es decir que supera la condición de cuerpo.

    Referido a qué institución pretendería el drogadicto, creo que pretendería una institución que le diera la posibilidad de vivir tan felizmente como la droga le proporciona en la fantasía, pero sin necesidad de recurrir a una realidad que tenga el padecimiento de la droga, sino una institución que le permita recuperar su vida como dignidad libidinal, su vida como proyecto, su vida como producción.

    Lic. Héctor Di Maio:

    Volviendo al tema de que institución desearía el drogadicto, por ahí sólo podría darse cuenta a partir de la institución a la cual llega el drogadicto, cómo llega a ella, y qué tipo de palabra articula en relación a ella.

    Lo que sí me evocó la pregunta es que cualquier adicto plantea un problema muy complicado para la institución que lo recibe. En este sentido Freud se encontró en su última etapa de la conceptualización de las pulsiones con una dualidad: la pulsión de vida o eros, y la pulsión de muerte o tánatos. Y las pulsiones de vida son las que se oponen al tánatos, son las que resisten al tánatos. Lo que yo me pregunto es si lo que plantea cualquier demanda del adicto no es esta conflictiva posición del adicto a habe elegido un camino que lo lleva hasta la muerte, y que posibilidad de escucha de esta situación lo puede dar la institución.

    Dr. Francisco Mele:

    La pregunta sería cual es la función de la institución dentro de una sociedad, que significado tiene dentro de ella. En general la institución tenía una función que era ordenadora, ordena algo, está de acuerdo a una norma, a un saber, ordena, hace “que los inconscientes sean de la partida”. Ordena también el deseo.

    Aquí la pregunta es que desea el adicto; aquí se dijo que los adictos en el acto están inhibidos en función de desear y por ello no sabemos que es lo que desea un adicto a una institución. Pero si la institución es organizada desde otro lado, habría que pensar que instituciones quieren ellos, quiere decir que llos también se van a organizar como instituciones, y de hecho se organizan como instituciones: sus grupos son una forma de instituciones, distintas instituciones a las “oficiales”, pero es otro modo de insertarse a su propia institución, con sus rituales, con sus modismos, con su lenguaje, con su adicción. Quizás otro modelo sería que la institución “oficial” tome elementos de esta institución y permita ese encuentro. Son preguntas a reflexionar en cuanto a modelos de centros de atención.

    Lic. Héctor Di Maio:

    Posiblemente algo que obstaculize es justamente esta proposición de unidad que planteaba el doctor. Por ahí sería pensable una institución en el que el ideal por lo menos no sea el dejar de consumir la droga, tal vez pueda ser lo deseable para la conversación de una vida, pero no sabemos si esto forma parte del deseo del adicto.

    P :

    Qué papel juega el hospital como institución en las respuestas ante esta problemática?

    Lic. Alberto Calabrese:

    El hospital como institución consolidada ya forma parte de la mitología del lugar del hospital, e incluso se dan paradijas notables como que un hospital sea el lugar de referencia absoluta para el médico, ya que si éste no tiene hospital es como que no existiera; y por otro lado la gente no se quiere atender en el hospital. Con contradicciones en este juego de las instituciones y los deseos.

    Hay algo que es real, en tanto norma, el médico ocupa el lugar del saber, y en tanto lugar del saber se adecua a la norma. La norma y el médico pueden llegar a estar superpuestas y el médico ocupar el lugar de la norma, el lugar más super yoico, cosa que pasa por el “deber ser”. Ahí también viene lo represivo, pues el deber ser dice: “esto no se debe hacer”. Nosotros henos tenido la experiencia de un médico adicto que sufrió sanciones de su cuerpo continente, o sea de sus colegas por el hecho de ser adicto. Es decir que no se le permitía que aquel que tenía el lugar del supuesto saber y del curar pudiera enfermarse o pudiera tener una falla respecto de eso; entonces se lo castigó con todas las sanciones posibles, con lo cual, entre otras cosas, aumentó su adicción.

    En un hospital se plasma este problema en el como instrumentar un servicio, pues una cosa de la cual se habla siempre es que de alguna forma a todos los médicos los educaron desde el prejuicio, y entonces se incorporaron al lugar del deber ser y este lugar del deber ser no permite muchas inclusiones diferentes. Entonces creo que se trata de poder dar una reflexión sobre los papeles a cumplir de las instituciones y sus miembros como para poder ser receptado el adicto desde otro lugar. Pero en la medida de poder pensar desde otro lugar, que sería la incomplitud del supuesto saber creo que es ahí donde podemos empezar a escuchar a otro, y no solamente desde una escucha psicoanalítica. Poder permitirse al otro, en definitiva.

    Dra. Alicia Guillone:

    Por todo lo que se ha dicho creo está bastante claro de las dificultades para que sea el hospital el lugar donde se soluciones el problema de un farmacodependiente, salvo cuando se refiere a algo de emergencia, de un cuadro agudizado frente a una situación de cronicidad.

    Creo que hay dos problemas, uno hace a la formación o “desformación” profesional, y la otra la información. Solo quiero recordar que el alcoholismo es un problema no resuelto por muchas razones: extramédicas, médicas, sociológicas, políticas, como otras adicciones en América Latina y en el mundo. Pero lo cierto es que hay una persistencia en los contenidos curriculares de la facultad de ciencias médicas de la mala enseñanza de lo que es el problema del alcoholismo, que no es cualquier problema, ya que epidemológicamente este es él problema. Muchas son las razones, pero esas razones quedan expresadas en la “desformación” de los profesionales de las ciencias de la salud. Hoy por hoy, los más actuales datos estadísticos revelan que de cada 10 casos clínicos de alcohólicos, los médicos detectan 1 o 2: esos que nos enseñan en grados avanzados. Es tan así que esos mismos estudios en el mundo revelan que en muchísimos lugares si vamos a hablar de cura del alcohólico, la verdad que poco se hace en el campo médico. Y alcohólicos anónimos, más allá si uno está o no de acuerdo con la propuesta, muestra resultados. Esto nos lleva a que los que estamos dentro del campo sanitario a preguntarnos y a reflexionar cómo encaramos mejor desde lo médico este problema.

    Dr. Macci:

    Me parece interesante decir si no se consideraba que el modo de abordar el problema, que es una manera de aproximarnos a esta cuestión del cuerpo del adicto y del cuerpo institucional al que apela como su reverso; si no tiene que ver con un fenómeno tan cautivamente como es que todas las exigencias, todas las cuestiones de alguien, es decir, todo lo que lo cuestiona a alguien, queda convertido en un punto crítico, un punto nodal, en una puntada terrible, que es una droga, cualquiera que sea. Ese hombre ha modelado un cuerpo que se ha convertido en la institución de una droga como reclamo, como exigencia absoluta. De ahí la pavorosa escena del drogadicto: alguien que quiere eliminar todas sus exigencias, todas sus demandas, en el mismo momento en que las engendra al máximo.

    Lo que decíamos anteriormente sería, dialécticamente, un polo del cuerpo de drogadicción; el otro polo, el reverso, es ese otro que se ve tan cautivado como el drogadicto, por su exigencia, entonces se ve exigido de salvar al adicto a una exigencia. Con lo cual entra en una omnipotencia de creer lo mismo que es la creencia del drogadicto: que todo su problema está en la droga. Entonces se arma toda una estrategia para ver como se le puede sacar la droga. Y es en ese punto donde se ha develado la trágica escena de la drogadicción, se ha puesto en escena todo el acontecimiento: cómo la drogadicción somete a uno y somete al otro a determinados roles; uno tiene que hacer el papel de adicto y otro tiene que hacer el papel del control social, y todo queda circunscripto al problema de la droga, y más hablamos de la droga y más nos enceguecemos para esta problemática que va mucho más allá de la droga. Se podría decir en rigor que el problema no es la droga como muchas veces se ha dicho, sino este cuerpo social en que se ha convertido esa droga.

    Dr. Alberto I. Calabrese:

    Como médico que veo adictos auténticos con varios años de adicción, creo que éstos han encontrado en la droga un complemento que lo llena de satisfacción y que lo lleva al borde de la muerte y no le importa. Pese a que estructuralmente es un ser terriblemente débil, frágil, lleno de miedos, con una valoración de sucuerpo increíble, más que cualquier persona “normal” el drogadicto, por ejemplo, tiene pánico de una inyección terapéutica, pero no tiene ningún pánico de buscar y utilizar la droga en cualquier circunstancia, aún sabiendo que eso puede ser la muerte y no les importa. Quizás porque en el momento de la utilización de la droga encuentra el “super-paraíso”, algo que no le importa arriesgar su vida. Alguna vez me han dicho que encontraban algo tan divino que no le importaba morir.

    La búsqueda, la necesidad del analista, del terapeuta, es emplear otras cosas que no sean la droga: el amor por el otro, la entrega al otro, la entrega a los otros, la necesidad de dar, la necesidad de saber que no se vive para la satisfacción, para la masturbación de la droga, la masturbación del cuerpo; que si dan satisfacción pero que se limita en sí misma con la culpa, mientras que la otra, la entrega no es más que alegría de vivir y razón de vivir. Por eso lo que hay que decir permanentemente es que todos somos parte de un cuerpo social de modelo de entrega. Eso es lo que significa la lucha contra la droga: una búsqueda de la manera mejor de enseñarle a los jóvenes; de decirles: soy tan débil como voy, yo lo puedo hacer tan mal como vos. Es decir, buscar la muerte antes de entregar a los demás todo lo que me correspondía y que debía dar. Ese es el modelo que hay que buscar y desarrollar, y concretar. Cualquier persona en su dinámica de trabajo día por día es el maestro por excelencia de la antidroga. Es decir, el hombre que se sacrifica para poder llevar el pan a su casa es más modelo antidroga que quizás la más grande de las instituciones formales del mundo.


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